viernes, 5 de octubre de 2012

El beso de la sirena


Érase una vez, en una tierra junto al mar, una bellísima mujer llamada Maruzza Musumeci. Se decían muchas cosas de Maruzza, rumores a voces que quizás explicasen por qué a pesar de su belleza no había encontrado aún con quién casarse. Maruzza hablaba en griego con su abuela; no era una muchacha como las demás; parecía el personaje de una fábula; transmitía con sus ojos y su voz la perturbadora sabiduría que traen y llevan los siglos. Maruzza era una sirena.
Pero la historia comienza en realidad con Gnazio, que emigró a América y volvió a Vigàta tras veinticinco años de ausencia. En Nueva York trabajó como jardinero y, tras una caída desgraciada, decidió regresar a su Sicilia natal y comprar un trozo de tierra con un olivo milenario del que se había enamorado. Sólo le faltaba una mujer. Maruzza y Gnazio, la tierra y el mar, no vivieron una historia de amor imposible... como tantas otras. Primero fue la boda, después la familia y, año tras año, el milagro de conjurar lo que parecía contrario, para tantos irreconciliable.


Esta fábula me ha tenido un día y medio totalmente enganchada, con la cabeza como flotando. Estaba "embrujada". ¡Qué historia más bella! Y con un punto de humor, característico de Camilleri.

Este autor cuenta que cuando era niño, un campesino que trabajaba en las tierras de su abuelo le contó parte de esta fábula. Le sugería a menudo que cerrara los ojos "para ver las cosas encantadas", aquellas que normalmente, con los ojos abiertos, no se pueden ver.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las cosas que no se pueden ver ni tocar son siempre las mejores. Lástima que, a veces, no nos demos cuenta.